jueves, 28 de febrero de 2008

Recuerdos de altura

Caminar hacia una cumbre conocida es ir tropezando con los recuerdos casi siempre buenos de las ascensiones anteriores: el hornillo de J en medio de una ventisca, el recodo despejado donde M anunció que iban a adoptar un niño, las camisetas tendidas al sol después de la repentina tromba de agua, la broma sugerente de R ya cerca del coche, la tortilla de patatas que I extrajo sorpresivamente de su mochila, la larga e insólita conversación sobre la esperanza... Es el pasado, que a veces alegra y desdibuja los mapas del presente. Hay incluso quien busca esos recuerdos de forma deliberada. En Retorno a Brideshead, su novela más celebrada, Evelyn Waugh conduce a los dos protagonistas del relato hasta una de las campiñas que rodean la Universidad de Oxford. Charles Ryder y Sebastian Flyte conversan a la sombra de unos olmos, comen fresas, beben el vino que llevan consigo, comparten unos cigarros turcos y se tumban felices sobre la hierba. Uno de ellos resume así el alcance de ese momento: “Me gustaría enterrar un objeto precioso en cada lugar donde haya sido feliz y, cuando sea viejo, feo y triste, volver para desenterrarlo y recordar”. Pues eso.

(La foto está tomada en Andía, cerca de los altos de Goñi. Al fondo se distingue la cima de San Donato. Un lugar apropiado para desenterrar y recordar)

sábado, 23 de febrero de 2008

Ilex aquifolium

El acebo es un arbusto dioico. Esto significa que hay plantas de los dos sexos, y que han de estar más o menos próximas para que broten esos pequeños frutos rojos, casi inevitables en el papel que envuelve los regalos navideños. Algunas páginas de Internet dedicadas a la botánica y a la naturopatía afirman que el fruto del acebo tiene propiedades diuréticas y purgantes, pero otras ecológicamente incorrectas se limitan a advertir que su consumo puede provocar diarreas y vómitos. Casi todas añaden que es una especie de hoja perenne, de crecimiento lento, y de madera robusta y apreciada. Dicen también que sus hojas presentan un borde espinoso y que recuerdan a las de la encima (Quercus ilex): de ahí el parentesco de los nombres. Que tolera bien el frío, que prefiere la humedad y que puede alcanzar hasta 25 metros de altura. Pero entre tanto rasgo más o menos común, más o menos previsible, apenas hablan de su brillo, de los reflejos cambiantes y esquivos que a veces extiende en el sotobosque. El día de la foto hubo suerte: pero hizo falta que las nubes se conjurasen con el sol vespertino de febrero y con las copas aún desnudas de las hayas para que los destellos risueños y puntiagudos del acebo iluminaran el camino al paso del pequeño grupo que descendía exhausto y silencioso desde Lepoeder.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Una de romanos

Se cree que los restos del torreón que corona la cumbre del Urkulu (1.438 metros) pertenecen a un trophaeum erigido por Pompeyo en el 75 antes de Cristo. La cima separaba ya entonces Hispania de las Galias y el monumento era visible desde la gran vía romana que unía Burdeos con Astorga pasando por Aquae Tarbellicae (Dax) y Pompaelo (Pamplona). La historiadora María Ángeles Mezquíriz tiene escrito que los generales de Roma levantaron este tipo de torreones con cierta frecuencia en tiempos de la República, aunque sólo unos pocos han llegado hasta nuestros días. Los más significativos –añade– son el de La Turbie, en los Alpes marítimos, y Adamklisi, en Rumanía. A su juicio, el de Urkulu es un monumento "probablemente único" que ha resistido de forma "milagrosa" el paso de los siglos. En 1989, unas excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en las inmediaciones sacaron a la luz clavos, balas de plomo, varios botones de cobre de uniformes militares con la inscripción Republique Française y ocho monedas de Carlos VII de Navarra (IV de España). La silueta que en esta fotografía se recorta sobre el trophaeum romano es la de I, que desafió al viento enfurecido de aquel día para encaramarse con soltura y desparpajo sobre veinte siglos de historia.

Contraluz en Aralar

Aquella luz vespertina en la modesta cima de Errenega y esta cita inesperada en un best seller reciente: "El monte [se perfila] como lugar de la subida, no sólo externa, sino sobre todo interior; el monte como liberación del peso de la vida cotidiana, como un respirar en el aire puro de la creación; el monte que permite contemplar la inmensidad de la creación y su belleza; el monte que me da altura interior y me hace intuir al Creador".

viernes, 15 de febrero de 2008

El pueblo de un torero

Las ruinas de Muguetajarra se esconden en la ladera más umbría y discreta de Peña Izaga. Se puede acceder al despoblado por la pista que nace en Urbicáin y atraviesa la finca forestal de Izánoz, o por la que procede de Celigüeta y Guerguitiáin. Es imposible sospechar que entre los muros colonizados por la hiedra, quizá en alguna de las casas aún enteras que sirven de ocasional refugio al ganado, nació en 1910 un torero que tiene entrada propia en el Cossío. Se llamaba Miguel Olza, pero se incorporó a los carteles con el sobrenombre de Vaquerín. Toreó su primera corrida en Talamanca de la Sierra (Madrid) en 1924 y trasteó después con más entusiasmo que estilo en varias plazas de tercera, hasta que un toro lo empitonó mortalmente en Calasparra (Murcia), el 30 de julio de 1931. Su trágica muerte no impidió que la enciclopedia taurina resumiera su trayectoria en términos que quizá se ajusten a lo que hubo, pero que hoy se antojan crueles: "Aunque murió muy joven, sus condiciones y su estilo no auguraban, ni mucho menos, una gran figura".

Búnker con vistas

¿Cuántos reclutas resignados y seguramente maldormidos habrán cansado sus ojos a través de la tronera de este búnker, tratando de avistar en el paisaje monótono alguna partida de comunistas calzados con alpargatas procedentes de Esnazu o de Urepel? Varias décadas después, el refugio conserva su robusta arquitectura y sus vistas despejadas. Se encuentra en la ladera del Artsal.

martes, 12 de febrero de 2008

Una cima subterránea

La puerta desvencijada de la fotografía es un trasunto perfectamente real de la entrada a las minas de Moria: no hay que buscarla en las páginas de El Señor de los Anillos sino en el barranco de Arphidia, cerca del pueblo francés de Saint Engrace. Detrás de la puerta arranca un túnel oscuro y húmedo de 800 metros de longitud que conduce a la sala de La Verna, una de las mayores cavidades subterráneas del mundo. Tiene 270 metros de longitud, 230 de anchura y 180 de altura. Hay incluso quien la ha recorrido en un globo aerostático. Una ruidosa cascada proporciona al recinto una ininterrumpida banda sonora. La Verna es como el corazón de la sima de la Piedra de San Martín, un complejo subterráneo que suma 56 kilómetros de galerías. La entrada natural a la sima fue descubierta en 1950 por los espeleólogos franceses Georges Lepineux, Max Cosyns y Occhiliani, pero se trata de un acceso muy complicado: es preciso descender por un pozo vertical de 312 metros para llegar al fondo. En 1954, la Compañía Eléctrica de Francia se propuso aprovechar el río subterráneo que recorría la sima para crear un salto de agua. Fue entonces cuando se construyó el túnel que empieza en la puerta de la imagen. Hasta hace poco era el único acceso para llegar a las entrañas de la sima de San Martín. Y como escribió Jacques Jolfre, autor de varios libros sobre los paisajes verticales del Pirineo y sobre las cavidades que se esconden bajo la cordillera, “la Piedra de San Martín es a los espeleólogos lo que la Meca a los musulmanes”.

lunes, 11 de febrero de 2008

La ermita más alta

Hay documentos de 1642 en los que ya se habla de un ermita dedicada a San Donato y San Cayetano en la cumbre del monte Beriáin. Es curioso que los dos santos se hagan compañía en las alturas —reales y figuradas— porque en vida no tuvieron la más mínima relación: el primero fue decapitado por orden de Juliano el Apóstata en el año 372 y el segundo, fundador de los teatinos, murió en 1547 después de haber puesto en marcha distintos centros y hospitales para indigentes y ancianos. Los archivos revelan que la ermita fue víctima de un deterioro creciente y que se reedificó o arregló en varias ocasiones en los siglos XVIII y XIX. En 1958 se construyó el edificio actual, de acuerdo con un diseño del arquitecto Ramón Urmeneta. En el último medio siglo, varias generaciones de montañeros han buscado el cobijo de sus muros para protegerse del viento. Pero volvió a arruinarse. En 1996, la sección de Montaña de Anaitasuna tomó la iniciativa de arreglarla: se movilizó a vecinos y montañeros, se recaudaron fondos por distintos medios —incluida la venta de 1.500 cucharillas de café con una inscripción alusiva—, se consiguió una subvención del Gobierno de Navarra y se acometieron las obras, con ayuda de un helicóptero. El resultado salta a la vista. En la historia de vaivenes constructivos de la ermita hay un dato invariable: los 1.494 metros de altitud le confieren el honor de ser la más alta de Navarra.

lunes, 4 de febrero de 2008

Un camino con historia

En estos tiempos de señales homologadas y minimalistas, casi se agradecen las piedras que anuncian los distintos caminos de Quinto Real. Son rotundas e inamovibles, pero su elegante tipografía y su textura milenaria les confieren un aspecto entrañable, como si siempre hubiesen estado allí. Esta de la fotografía conduce a Zuraun, donde hay una cabaña de ciertas pretensiones arquitectónicas que ofrece refugio a guardas, cazadores y montañeros. Más de un paseante desprevenido ha amortiguado los rigores del invierno en la acogedora chimenea del interior. Pero también ha tenido visitantes ilustres: el incombustible Manuel Fraga ha contado en alguna ocasión que en 1968, siendo ministro de Información y Turismo, buscó la soledad de Quinto Real para preparar el discurso que debía pronunciar con ocasión de la independencia de Guinea Ecuatorial. Y precisó que había escrito aquellos folios en una cabaña rodeada de hayas, que muy bien podría ser la de Zuraun. El discurso puede encontrarse en Internet. Lo leyó el 12 de octubre de 1968 en Santa Isabel de Fernando Poo, en nombre de Franco. El primer párrafo decía así: "Esta mañana hemos hecho una cosa muy importante. Hemos formalizado en común el nacimiento de un nuevo Estado, hemos coronado juntos una obra que juntos habíamos emprendido. Conmigo, porque yo tengo el honor de representarle, habéis dado feliz cumplimiento en efecto al último encargo que Su Excelencia el Jefe del Estado español podía poner en vuestras manos: perfeccionar la construcción de vuestra libre independencia, libre, plena y soberana". Impresiona pensar que aquellas frases para la historia se fraguaron entre el Adi y el Okoro, mientras la berrea rompía el silencio del bosque y los cazadores afilaban sus escopetas en las palomeras de Enekorri.