lunes, 24 de marzo de 2008

La gran fuga

San Cristóbal es el más conocido de los montes que rodean la capital navarra. Tiene 892 metros y debe su nombre a una vieja ermita de la que solo queda un recuerdo “documental y erudito”, en palabras de Fernando Pérez Ollo. Al terminar la tercera guerra carlista (1872-1876) se empezó a construir en la cima un fuerte defensivo. El proyecto lo diseñó el ingeniero militar José de Luna y Orfila y fue un empeño faraónico y singular. Las obras concluyeron hacia 1910. El recinto estaba preparado para que 1.200 personas pudieran resistir un asedio de cuatro meses: tenía viviendas, varios depósitos de agua, un horno de pan, patios inmensos y galerías interminables, una capilla con planta de cruz griega y ochenta cañones capaces de barrer la Cuenca de Pamplona. El fuerte funcionó como penal militar entre 1926 y 1929, durante la dictadura de Primo de Rivera, y quedó convertido en prisión civil en 1934, en tiempos de la II República. En la guerra civil y los primeros años del franquismo fue una cárcel concurrida y siniestra. El monumento de la fotografía recuerda lo ocurrido el 22 de mayo de 1938. Casi 2.500 personas se hacinaban entonces entre sus muros. Un grupo de reclusos redujo a los vigilantes y 795 internos huyeron por el monte con la intención de llegar a Francia. Casi todos iban malvestidos, hambrientos y sin apenas orientación. En torno a 180 murieron a manos de las “fuerzas de recuperación” y 585 fueron capturados y devueltos al fuerte. Sólo tres de los fugitivos lograron cruzar la frontera. Se juzgó a los cabecillas en consejo de guerra y catorce de ellos fueron ejecutados aquel mismo verano en la Vuelta del Castillo, junto a la Puerta del Socorro de la Ciudadela. El juez Luis Elío, escondido desde el inicio de la guerra en un trastero de la Casa de Misericordia, escuchó y contó las catorce descargas. Años después lo contó en Soledad de ausencia. Entre las sombras de la muerte, un libro impresionante que se publicó en México. “Continúan los fusilamientos empezando el día —escribió—. Centellear fusilero, cegador de amaneceres; atronar de descargas que pregonan muertos infamantes (…). ¡Qué de cientos, de miles de asesinatos no habrá habido, y seguirá habiendo, en Navarra y en el resto de España!”.

2 comentarios:

eresfea dijo...

Terrible cuenta hasta catorce...

Nahum dijo...

Terrible historia. Y poderoso final que juega a la perfección con la imagen:

"¡Qué de cientos, de miles de asesinatos no habrá habido, y seguirá habiendo, en Navarra y en el resto de España!”