lunes, 30 de junio de 2008

Ibón de Ip



Hay espejos que siempre reflejan fielmente la belleza: no importan los años ni la pesadumbre ni la vanidad.

sábado, 28 de junio de 2008

Las cruces de Montejurra

En Montejurra, los caminos conducen a la vez hacia la cumbre y hacia la historia. El 16 de noviembre de 1835 tuvo lugar en torno a la cima una batalla que enfrentó a las tropas del general Cristino Fernández de Córdova y a las que mandaba el general Eguía, uno de los militares carlistas de la primera hora. Cuarenta años más tarde, entre el 7 y el 9 de noviembre de 1873, ya en la tercera guerra, la montaña y sus alrededores fueron el escenario del formidable enfrentamiento que sostuvieron 17.000 liberales y 9.000 carlistas. La victoria fue para los segundos, animados por la presencia del pretendiente Carlos VII. A raíz de aquel desenlace, Montejurra se convirtió en la gran cita del carlismo: todos los años se celebraba una romería que terminaba junto a la ermita de San Ciprián y la gruta del Cristo negro. En los últimos años del régimen de Franco, el encuentro fue además uno de los pocos actos de oposición a la dictadura más o menos concurridos. En varias ocasiones se celebró de forma semiclandestina. La historia más reciente de Montejurra está marcada por los sucesos que tuvieron lugar durante la romería del 9 de mayo de 1976. El carlismo se hallaba dividido entonces entre los partidarios de Carlos Hugo de Borbón Parma —que pretendía reorientar el movimiento hacia el “socialismo autogestionario”— y la Comunión Tradicionalista Carlista. Los incidentes fueron la consecuencia de un montaje presuntamente diseñado por los servicios secretos españoles bajo el nombre de “Operación Reconquista”: se quería rescatar el nombre sagrado de Montejurra y se eligió a Sixto de Borbón-Parma, hermano de Carlos Hugo, como cabeza visible de todos aquellos que se sentían traicionados por la deriva ideológica del carlismo oficial. A la cita acudieron tradicionalistas de buena fe, pero también mercenarios y activistas de la ultraderecha que con el tiempo formarían parte del Batallón Vasco Español y de los GAL. El día de la romería, con el monte ocupado “militarmente” por las “tropas” de Sixto y una Guardia Civil sospechosamente pasiva, los enfrentamientos no se hicieron esperar. Hubo disparos junto al Monasterio de Irache y al lado de la cima, y el balance fue de dos muertos: Aniano Jiménez Santos y Ricardo García Pellejero.

miércoles, 25 de junio de 2008

El móvil

Quizá todas las razones se puedan reducir finalmente a aquella que dio George Mallory a quienes se interesaban por su interés en ascender el Everest: "Porque está ahí".

(En la imagen, A frente al Anie)

domingo, 22 de junio de 2008

Aquellos maravillosos años


Circulan con cierta profusión por Internet algunas sofisticadas trampas de carácter nostálgico. Uno abre despreocupadamente el mensaje remitido por un amigo o un familiar —de la misma edad: eso es importante— y se encuentra con un festival anacrónico de personajes, juguetes, series, chucherías o efemérides, una auténtica magdalena de Proust en versión cibernética. El recuerdo simultáneo de los Madelman, el regaliz de palo, Los Hombres de Harrelson, la pifia de Cardeñosa, los chicles Cheiw o los zapatos Gorila puede desencadenar un risueño viaje al pasado y un peligrosísimo retorno al presente. El horizonte dentado de la imagen tiene un efecto similar entre muchos montañeros navarros: es el que se divisa desde el puerto de Las Coronas, entre Navascués y Burgui, y ofrece un catálogo perfecto de las cumbres que abrieron las puertas del Pirineo a tantas biografías de altura, cuando ya San Donato o el Urkulu se quedaban pequeños, cuando el Txurregi empezaba a perder su encanto, cuando los caminos del Sayoa, el Adi o Peña Izaga habían revelado todos sus secretos. Repasando el perfil quebrado de la última línea —la más cercana al cielo—, cualquier veterano podrá ir encadenando los nombres, desde el Anie hasta el Collarada pasando por la Mesa, el Petrechema, el Acherito, el Ezcaurre, los Alanos, el Peñaforca, el Castillo de Acher, el Bisaurín y hasta el Anayet, pero podrá volver además a sus primeras ascensiones, cuando todo era nuevo, cuando los senderos y las cumbres aún estaban por estrenar, cuando el horizonte no se terminaba nunca.

viernes, 20 de junio de 2008

Father and Son

Se titula Father and Son y es una de las mejores canciones de Cat Stevens. En tres minutos y cuatro estrofas, un padre y un hijo alternan los argumentos y las impresiones que han intercambiado casi todos los padres y los hijos que en el mundo han sido. El padre emplea razones del estilo “No es tiempo para hacer un cambio”, “Todavía eres muy joven”, “Hay tanto que tienes que saber”, “Con tranquilidad puedes encontrar lo que buscas” o “Tomatelo con calma”. El hijo se defiende con ideas del tipo “Siempre es la misma vieja historia”, “Ahora es mi turno”, “Sé que tengo que marcharme”, “Es duro, pero es más difícil ignorarlo”. La canción es conmovedora porque también la melodía y la voz de Cat Stevens reproducen el abismo que separa a una generación de otra: apenas hace falta seguir la letra para saber qué se están diciendo el padre y el hijo. La foto que ilustra estas líneas es un trasunto montañero de “la misma vieja historia”: J observa a media ladera cómo su hijo M desciende del Anie empujado a la vez por la euforia de la cumbre y la inexperiencia de sus doce años.

sábado, 14 de junio de 2008

Penitente y montañero

El crucero de la fotografía se levanta a la entrada de Goñi y recuerda al penitente más austero y conocido del medievo foral. Es curioso: no hay ningún dato histórico sobre Teodosio de Goñi por mucho que Navarro Villoslada le diera un protagonismo destacado en los orígenes del Reino de Navarra, pero las referencias a su leyenda permiten hilvanar un documentado itinerario entre la localidad que le proporcionó el apellido y el santuario de San Miguel de Aralar, uno de los iconos del montañismo navarro. Hay decenas de versiones sobre lo ocurrido, pero todas igualmente inciertas. Se asume que los hechos tuvieron lugar en el siglo VIII, durante el reinado de Witiza. Los musulmanes avanzaban hacia el interior de la península y Teodosio marchó a la guerra dejando en Goñi a su joven esposa, Constanza de Butrón. Combatió con energía y destreza a los infieles y regresó a su tierra con ocasión de alguna tregua. Cerca ya del pueblo, en un paraje conocido como Errotabidea, un misterioso ermitaño encendió las dudas del guerrero a propósito de la fidelidad de Constanza. Teodosio apretó el paso y llegó a Goñi poco después del amanecer. Entró lleno de resolución y de celos a Larrañarenetxea, la casa familiar de su esposa, y distinguió en la penumbra de la alcoba los cuerpos de dos personas que dormían pacíficamente. Cegado por la ira, desenvainó su espada y los atravesó. Salió confuso y enfurecido a la calle y vio a Constanza, que volvía de la iglesia. “¿Quiénes eran entonces los que estaban en el dormitorio?”, le preguntó aturdido. “Eran tus padres —le explicó ella—. Como estaba muy sola, les propuse que se instalaran en nuestra casa”. Teodosio confesó su crimen al párroco de Goñi, Juan de Vergara, pero éste le remitió al obispo de Pamplona, que a su vez lo envió al Papa. El joven marchó decidido a Roma, donde el Sumo Pontífice le impuso como penitencia llevar una gruesa cadena ceñida a la cintura. Teodosio añadió a esa disposición la de vivir solo, entregado sin testigos a la reparación de su pecado. Malvivió durante siete años por las sierras de Andía y Aralar, hasta que un día sufrió el ataque de un dragón que escupía fuego por la boca. “San Miguel me valga”, exclamó el penitente ante aquella aparición súbita y terrible. Irrumpió entonces en la escena el mismísimo arcángel, que mató al dragón y soltó las cadenas de Teodosio. Éste, agradecido, levantó en aquel lugar una pequeña ermita, origen del actual santuario de Aralar. Así lo recuerda la inscripción que tiene grabada el crucero de la imagen: “El pueblo de Goñi, a don Teodosio, fundador de San Miguel in Excelsis”.

Versos de altura

El Okoro es un monte discreto y suave, apenas una loma apacible en un paisaje dominado por el Adi y el Sayoa. Mide 1.259 metros. En la cumbre, un semicírculo de piedras protege el pequeño buzón de los vientos que soplan desde Francia y de las yeguas que frecuentan la zona. Y poco más. Sin embargo, el Okoro es un monte que ha merecido la relativa gloria de unos versos. Se los escribió José Javier Nagore Yárnoz, montañero y notario. Son los que cierran su poemario Versos de cumbres, del que se hicieron 500 ejemplares en 1982. Terminan así: “Nubes, sol y viento, / sencillos paisajes cercanos, / en ellos, con ellos, estoy soñando: / Tú y yo solos, / e inviernos lejanos”.

domingo, 8 de junio de 2008

Ningún sonido

Es S y se encuentra en los alrededores del Anayet, dejando su impronta en las últimas nieves de esta primavera dudosa, pero podría ser Hans Castorp en aquella ascensión furtiva que le alejó del sanatorio alpino donde convalecía toda una época y donde él trataba de reponerse de su incierta enfermedad: “Con las piernas salpicadas de nieve, iba subiendo, apoyándose en los bastones, por una blanca altura cuyas extensiones, semejantes a sábanas, se extendían en planos cada vez más altos y conducían no se sabía adónde. Parecía que no llevaban a ninguna parte. La región superior se perdía en el cielo, que era tan blanco y brumoso como ellas y que no se podía saber dónde comenzaba. Ninguna cima, ninguna cresta eran visibles, era una nada brumosa hacia la cual Hans Castorp avanzaba; detrás de él, el mundo, el valle habitado por hombres, no tardó en desaparecer igualmente ante su vista, y como ningún sonido llegaba ya de allí, su soledad, su aislamiento, se hicieron tan profundos, antes de que se diese cuenta, que llegaron hasta producirle espanto, que es la condición previa al valor”.

Descenso del Anayet

“No puedo imaginarme descendiendo derrotado de la montaña”, dicen que dijo George Mallory.

domingo, 1 de junio de 2008

Curiosidad, sueños, cumbres

“Aquella noche en el K2, entre el 30 y el 31 de julio de 1954, yo debía morir”, ha asegurado en alguna ocasión Walter Bonatti. Hoy tiene 78 años y una biografía de leyenda, pero entonces era un alpinista de apenas 23 que compensaba su inexperiencia con entusiasmo y sentido común. “Aquella noche”, Achille Compagnoni y Lino Lacedelli preparaban el asalto final a la cumbre aún sin conquistar de la segunda montaña más alta de la Tierra. Los dos montañeros eran la punta de lanza de la ambiciosa expedición que Italia había puesto en marcha para hacerse un hueco en el podium de los ochomiles: Maurice Herzog y Louis Lachenal habían llegado al Annapurna el 3 de junio de 1950, Edmund Hillary y Tenzing Norgay habían alcanzado el Everest el 29 de mayo de 1953 y Hermann Buhl había conquistado el Nanga Parbat el 3 de julio del mismo año. Los italianos pretendían compensar su retraso con los 8.611 metros del K2, un reto más complicado y exigente que los anteriores. "Aquella noche", Compagnoni y Lacedelli, apretados en una minúscula tienda de campaña, soñaban con su bandera agitándose en las alturas casi imposibles del Himalaya. Walter Bonatti era apenas el encargado de llevarles las bombonas de oxígeno que precisaban para el último ataque. "Aquella noche", acompañado por un sherpa pakistaní, Bonatti ascendió trabajosamente hasta el lugar donde Compagnoni y Lacedelli aguardaban el momento de ponerse en marcha. Pero no los encontró: Compagnoni y Lacedelli habían colocado la tienda en un lugar distinto al convenido, y Bonatti y el sherpa, después de buscarlos infructuosamente, tuvieron que pasar la noche a la intemperie, a 8.000 metros de altitud. “Acababa de nacer una leyenda y una de las grandes polémicas de la historia del alpinismo”, tiene escrito Miguel del Fresno. La leyenda se alimentó del poderío físico y de la capacidad de supervivencia del joven montañero, y la polémica empezó a crecer cuando Compagnoni y Lacedelli acusaron a Bonatti de privarles deliberadamente del oxígeno para que no llegasen a la cumbre. Con el tiempo se demostró que fueron ellos quienes “cambiaron homicidamente la tienda del lugar previsto, para que Bonatti, más joven y en buena forma, no les hiciera sombra a la hora del último asalto”. Después de aquello, Walter Bonatti se enfrentó a la vez a las rutas más audaces de la historia del alpinismo y a las maledicencias de sus antiguos compañeros. “El K2 sólo fue un accidente en la historia”, suele decir. Hoy todavía se emociona al admitir que sus aventuras en la montaña le han permitido disfrutar en primera persona del mundo que palpita en las novelas de Jack London o Herman Melville que enriquecieron su juventud. “He podido respirar el aire de los paisajes que describían aquellos libros”, reconoció hace pocos días en Madrid. Fue también en la capital española donde explicó el origen de su fascinación por las cumbres: “Fui a la montaña no para subirla, sino para descubrir lo desconocido, para medirme con ella y medirme a mí mismo. La curiosidad hace soñar y los sueños nos movilizan, aumentan la sensibilidad y crece el deseo de medirse frente a las cosas de la montaña y de la vida cotidiana. La naturaleza es una escuela de educación extraordinaria si se está en la disposición adecuada y se es humilde”. Creo que E, sentado en la foto en la mismísima cumbre del Iparla, estará de acuerdo en casi todo.