sábado, 25 de abril de 2009

Frankenstein



Mary Shelley pasó el verano de 1816 “en los aledaños de Ginebra”. El tiempo era desapacible y, durante días, ella y sus amigos se reunieron al atardecer “en torno al fuego el hogar” para intercambiar relatos de “espíritus y fantasmas”. “Fascinados por este juego —escribió—, pronto nos vino al pensamiento la excitante idea de redactar algunas historias sobre estos mismos temas. Y así fue como otros dos amigos —uno de los cuales posee una capacidad tal que cualquier escrito que brote de su pluma será más aceptable que mi más ambicioso empeño literario— y yo misma decidimos poner en práctica tan jocosa idea, es decir, escribir cada uno de nosotros un cuento fundado en alguna manifestación de la vida sobrenatural. No obstante, el tiempo mejoró de improviso y mis dos amigos me abandonaron para dedicarse a explorar los Alpes, entre cuyos magníficos paisajes olvidaron nuestro compromiso con las evocaciones espectrales”. Mary Shelley fue por tanto la única que completó su relato, publicado al año siguiente con el título de Frankenstein. Dos siglos después, cabe preguntarse por lo que habría escrito aquel amigo suyo de haberse prolongado el mal tiempo o por el rumbo que hubiese tomado la novela de la propia Mary Shelley si se hubiera sumado a algunas de las excursiones alpinas. Estimulada también ella por “los magníficos paisajes”, puede que el monstruo que engendró en su historia no hubiese atormentado de una manera tan cruel al joven científico que le dio la existencia. Quizá la novela se hubiese parecido más a la vida real o quizá no se hubiese parecido tanto.

(Ajenos a las alternativas metafísicas, G y G optaron por aprovechar el buen tiempo de aquel domingo de septiembre para echarse al monte. En la imagen ascienden hacia el collado que separa Lakartxela y Bimbalet. La cresta del Lakora se perfila a sus espaldas, a la izquierda, y el resto del Pirineo les contempla desde el horizonte)

miércoles, 15 de abril de 2009

Buzones enfrentados




El buzón del Txurregi parece haberse escapado de alguno de los pueblos que colorean el fondo del valle. En la fotografía se reconocen Ollo, Senosiáin, Ulzurrun y las primeras casas de Arteta. La escena se cierra por la izquierda con el perfil redondeado del Mortxe, donde descansa el buzón sanferminero de la imagen inferior. Desde la cima del Mortxe, el paisaje se invierte: los pueblos, los cultivos, las carreteras y los bosques se repiten, pero esta vez es el Txurregi el dueño del horizonte. Todo un mundo encerrado en dos pequeños recipientes metálicos...

lunes, 13 de abril de 2009

Pascua



En el monte, a veces, también el horizonte se desdibuja, y la tierra se confunde un poco con el cielo.

miércoles, 8 de abril de 2009

Buzones



Un chistu y un tamboril reciben a los montañeros que alcanzan la cima del Illón, en la sierra del mismo nombre, entre Bigüezal y Navascués. En Otsogorri, una casita de arquitectura infantil enfrenta el perfil de su tejado metálico al horizonte pirenaico, siempre lleno de vértices y expectativas. El buzón del Bagadi hay que descubrirlo entre los bojes que tapizan la sierra de Tajonar. En Errenega, quizá la cima más modesta del macizo de Aralar, un austero cilindro se recorta sobre un paisaje de laderas suaves y brillos antiguos.

viernes, 3 de abril de 2009

Equilibrios sobre la historia



Irulegui es una cima próxima a Pamplona que se asoma a la vez a los valles de Aranguren, Izagaondoa y Egüés. Unas excavaciones recientes han sacado a la luz restos diversos de una historia que arranca en el primer milenio de la Edad del Hierro, cuando se levantó en la mismísima cumbre un oppidum o “poblado fortificado en altura” que llegó a ocupar una superficie de 20.000 metros cuadrados. A juzgar por el descubrimiento de algunas monedas y de una placa en bronce con una inscripción ibérica, aquel recinto tuvo su esplendor entre los siglos II y I antes de Cristo. Más aún, se cree que el oppidum de Irulegui fue una de las plazas principales de la comarca de Pamplona, según se explica en un panel próximo a la cima. Ya en la época del Imperio Romano, la fortaleza fue escenario de una de las batallas que libraron los partidarios de Pompeyo y Sertorio, “lo cual supuso su destrucción y abandono en beneficio de la naciente Pompaelo (Pamplona)”. Irulegui recuperó su importancia en la Edad Media con la construcción de un pequeño castillo. Se utilizaron para ponerlo en pie algunas piedras del antiguo poblado de la Edad del Hierro. El castillo de Irulegui –añade el panel– formaba parte de un sistema defensivo compuesto por pequeñas torres, cuya misión era hacer frente a las continuas incursiones árabes y francas que azotaron la comarca entre los siglos VIII y IX. El castillo fue derribado a finales del siglo XV “durante el proceso de conquista del Reino de Navarra por la Corona de Castilla”.

(En la foto, G trata de mantener el equilibrio sobre tres mil años de historia mientras la cuenca de Pamplona brilla al sol de la primavera recién estrenada)