La ascensión tiene siempre una cierta épica, especialmente cuando la cima se hace esperar y las fuerzas flaquean. En la fotografía, G se acerca a la cumbre del Arrigorri, un peñasco próximo al Auza.
Una vez salimos con un club (no diré qué club era, jeje), y los guias pensaban que esta punta era el ropio Auza. Mi hermano y yo, que eramos nuevos allí, les tuvimos que indicar que ese NO era el Auza... el Auza se hace querer aun más...
Se habla siempre del ideal como de una meta a la que se tiende sin alcanzarla jamás. Para cada uno de nosotros, el Annapurna representa un ideal hecho realidad. Para nosotros, la montaña siempre ha sido un campo de acción natural, donde, en la frontera entre la vida y la muerte, encontrábamos esa libertad que andábamos buscando a tientas y que necesitábamos como el pan. Las montañas nos han obsequiado con su belleza, y nosotros las hemos amado con la ingenuidad propia de un niño, las hemos reverenciado con el respeto que un monje siente por lo divino. Ese Annapurna, al que nos habíamos dirigido con las manos vacías, es un tesoro del que habremos de vivir durante el resto de nuestros días. Conscientes de esto, volvemos una página de nuestra existencia: una nueva vida comienza. En la vida de los hombres hay otros Annapurnas.
(Maurice Herzog, inmóvil en una camilla, poco después de haber conquistado el primer ochomil)
2 comentarios:
Una vez salimos con un club (no diré qué club era, jeje), y los guias pensaban que esta punta era el ropio Auza. Mi hermano y yo, que eramos nuevos allí, les tuvimos que indicar que ese NO era el Auza... el Auza se hace querer aun más...
Javier, baja; digo, vuelve al ciberespacio...
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